La historia del Barroco

Basílica de San Pedro, Vaticano – Roma
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El término ‘Barroco’ se utiliza para denominar la etapa artística que se desarrolló durante el siglo XVII. Este concepto comenzó siendo de carácter peyorativo ya que fue el resultado de la crítica clasista a este movimiento. Se le acuñaba, esencialmente, un estilo desproporcionado y de mal gusto.

“Concretamente, la edad barroca ofrece, como ninguna época anterior, la paradoja de que la exuberancia y la extravagancia llegan a su extremo en el mismo instante en que, desde la perspectiva de la historia de las ideas, comienza claramente la Edad de la Razón” (Valverde, 1981, p. 9)

El Barroco fue la época de depresión entre el equilibro del Renacimiento que se extendió hasta el siglo XVI y el Neoclasicismo del siglo XVIII. Sin embargo, la delimitación de su estilo resulta disperso ya que la etiqueta de arte ‘extravagante’ era lo único que lograba cercar los distintos enfoques artísticos de Europa del siglo XVII.

“La más importante de estas ramificaciones secundarias es la del Barroco cortesano y católico en una dirección sensual, monumental y decorativa «barroca» en el sentido tradicional, y un estilo «clasicista» más estricto y riguroso de forma.”  (Hauser, 1993, p. 91)

Las variantes artísticas del Barroco estaban estrechamente ligadas al manejo político y religioso de cada uno de los países o sectores en los que se desarrollaba. La evolución cultural de los sitios que mantenían el imaginario clasista ante el desarrollo burgués sostenía una manifestación estética distinta. Después de la Reforma, originada en el seno del movimiento renacentista, el continente europeo se disgregó entre protestantes y ortodoxos. Además, las relaciones estrechas entre los países del centro de Europa que se consolidaron desde la Edad Media se comenzaron a fragmentar dando como resultado dos gobiernos totalmente opuestos, consolidados por España y la alianza entre Italia y Alemania.

“La frontera cronológica del Barroco puede empezar a esbozarse desde el momento en que la alianza entre Roma y el Imperio hispanogermánico tiene que reconocer su fracaso para reducir la Reforma: lo de menos es que, desde 1556, a partir de Felipe II, el Sacro Imperio se separe de la otra cabeza del águila, el mundo español.” (Valverde, 1981, p. 13)

Indudablemente estas diferencias repercutieron en la consolidación del capital de España tras la colonización de la mayor parte del continente americano.

Características generales

A pesar de que el Barroco se difundiera de diversas maneras en los distintos países de Europa, contaba con un carácter renovador para el arte que se había desarrollado hasta el Renacimiento. El conflicto religioso desarrollado desde el siglo XV repercutió en el estilo artístico de esta época. El Humanismo del Renacimiento marcó un carácter individual que permitió un replanteamiento del hombre. Durante el Barroco se evidenció un conflicto con la existencia del hombre y su efímera vida. A este punto ya no se pensaba en la vida eterna como en la Edad Media, pero, tampoco se observa la racionalización de la vida propia del Renacimiento.

“El hombre se convirtió en un factor pequeño e insignificante en el nuevo mundo desencantado… La conciencia de comprender el Universo, grande, inmenso, implacablemente dominador, de poder calcular sus leyes y con ello de haber vencido a la Naturaleza, se convirtió en fuente de un ilimitado orgullo hasta entonces desconocido” (Hauser, 1993, p. 102)

Las artes visuales se tuvieron un fuerte giro con relación al encuadre y el enfoque. La parte innovadora del Barroco fue, esencialmente, la estética pulida y forzada que sostenían sus obras. Su arte se caracterizaba por el exceso y la extravagancia, oponiéndose al estilo equilibrado del Renacimiento.

«Las bruscas diagonales, los escorzos de momentánea perspectiva, los efectos de luz forzados: todo expresa un impulso potentísimo e incontenible hacia lo ilimitado. Cada línea conduce la mirada a la lejanía; cada forma movida parece quererse superar a sí misma; cada motivo se encuentra en un estado de tensión y de esfuerzo, como si el artista nunca estuviera completamente seguro de que consigue también expresar efectivamente lo absoluto.» (Hauser, 1993, p. 102)

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